El cuidado de la vida en tiempos de cuarentena

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Desde Equidad para la Infancia queremos visibilizar expresiones de diferentes colectivos que ilustran con sus vivencias cómo se está experimentando la cuarentena en los sectores más humildes de América Latina. En esta oportunidad, Carolina Riachi, de El Agora, nos cuenta desde Buenos Aires (Argentina) qué poner en valor en momentos como los actuales, destacando fuertemente la importancia de los cuidados para los niños y niñas y el reclamo a los gobiernos por derechos que consagren ciudadanía en nuestras sociedades.

Lo primero es el hambre. Los que tenían hambre antes de la cuarentena sobreviven a pura solidaridad, gracias a sus propias redes y sus organizaciones. Impulsan y crean comedores ahora que no hay escuela que dé de comer. Ahora que no se puede limpiar vidrios, ni vender en las calles, ni cortar el pasto, ni hacer changas.

La Garganta Poderosa lo cuenta en primera persona.

Alegría ahora, también. Acá hay que sobrevivir. Y los contenidos de las escuelas quedan muy lejos. En estos sectores la escuela primero atiende lo básico.

También cuenta algo parecido Amanda, que tenía un merendero en Villa El Libertador. Repartió toda la leche y el azúcar que tenía y ahora tiene que tener cerrado el comedor  por su propia salud. Ella tiene EPOC y su salud es frágil. Cuenta Amanda que siguen llegando algunos chicos que le piden la leche y que ella extraña no poder lavarles la cara y las manos a los chicos que venían todas las tardes después del colegio.  Esos gestos de cuidado son tan necesarios y quedan grabados en las memorias.

Después aparece la niñez que tiene comida, techo y, en el mejor de los casos, adultos que no los agredan. En esos contextos se visibiliza naturalmente la creatividad de los más conectados con las emociones, que se las arreglan para jugar a las escondidas por Zoom o para tener clases de patín virtuales. Vaya a saber qué configuraciones quedan en ellos después de este tiempo. Entre los más pequeños, algunos están contentos de poder pasar más tiempo con sus cuidadores, en el caso en que los cuidadores puedan quedarse en la casa.

Punto aparte para pensar en la educación a distancia. Surge la pregunta si vale la pena el esfuerzo de intentar enseñar contenidos abstractos cuando la realidad impone un ritmo de reajuste de la vida cotidiana que requiere de toda la energía disponible, además del acceso a los dispositivos electrónicos y a la posibilidad de tener algún referente que pueda ayudar a comprender.

Hay que reorganizar la vida dentro de la casa. El desafío inmenso de no contar con estructuras externas, escuela, centro de salud o los espacios públicos. Y la paradoja de tener que estar distanciados para ser solidarios. El esfuerzo de auto – contención y de manejo de las propias emociones por parte de los adultos es algo que también deviene prioritario en estos momentos.  Ni hablar de los que además están en el frente de batalla, los médicos, enfermeras y los equipos de salud, que ni siquiera tienen mucho tiempo para pensar en lo que está pasando.

Y la niñez como prioridad, pero no solo ella. Sino todo aquel que necesita cuidados de otros.

En consecuencia, las tareas de cuidado, de repente, aparecen como indispensables y se visibilizan y se reconocen como vitales. Paradoja del capitalismo, esas tareas son las peores remuneradas, (cuando se remuneran).

El cuidado de la niñez es el cuidado de la vida. Aparece, hoy con más fuerza, la convicción de que los derechos individuales se defienden colectivamente. Y aparecen también las pulsiones vitales, la tensión entre el instinto de supervivencia individual y la empatía como solidaridad para sobrevivir. ¿Cómo les explicamos a los pequeños lo que está pasando en algunos edificios con los médicos que están exponiéndose a diario para tratar a los infectados? El instinto de supervivencia existe y hay que educarlo. Y volvemos a la educación.

El cuidado de la vida tiene que ser un derecho. No solo una actitud individual hacia la vida. Tiene que ser un principio rector de las constituciones, así como en algún momento lo fue la idea de libertad individual, que sigue vigente hasta hoy. Y es que necesitamos otros derechos que nos permitan exigir de los gobernantes ese cuidado, porque de lo contrario tenemos masacres pasivas como las que se viven en Brasil o en EEUU.  Necesitamos que el cuidado de la vida sea global, porque las consecuencias de estas desidias se pagan localmente, pero su generación es global.  Igual que como pasó con los puestos de trabajo y las compañías llamadas “golondrina”.

En El Agora pensamos en la ciudadanía. ¿Será el derecho al cuidado? ¿Necesitamos escribir en una constitución que la vida como sistema tiene que ser cuidada porque de no ser así lo padecemos todos?  Si bien la defensa de la vida está implícita en los grupos de derechos que se protegen en las constituciones, entendidos como derechos humanos de primera, segunda y tercera generación, hoy el salto tiene que ser cuántico. Ya no está en juego un aspecto de la vida, está en juego la vida misma como sistema. No solo la vida humana, como es más que evidente hoy. Es la vida del planeta tal como la conocemos la que está en juego.   

El cambio climático nos afecta a todos, a los que viven donde hay agua contaminada y a los que no toman ese agua también. Todos somos uno, dicen los Biodanceros. Es que la vida es una sola y depende de la naturaleza.

Habrá por lo tanto que pensar los derechos por fuera de sus estructuras de control. Pensar en la salud fuera de los hospitales, en la seguridad fuera de las cárceles y en los derechos fuera de los códigos, la infancia fuera de la escuela. Pero, mientras tanto, exigir que esas estructuras estén disponibles para todos.

Debemos crear los derechos que necesitamos que los estados respeten, crearlos como posibles en nuestro cotidiano y generar una masa crítica que termine exigiendo el reconocimiento de esos derechos. Porque corremos el riesgo de que la “solución” de esta pandemia resulte en un bio-control y en un levantamiento de muros ante el miedo del contacto con los otros.

Y como estos son tiempos históricos, habrá que recurrir a lo que siempre ha salvado a los seres humanos: la creatividad. Habrá que crear en nuestras cabezas otros derechos que antes no existían. Habrá que pensar en lo imposible: Ciudadanía puede ser un buen comienzo.   

Carolina Riachi. El Agora.

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