Se sabe que los cuidados son habitualmente invisibilizados pero tienen una importancia estratégica en la reproducción del sistema económico y la socialización de las personas.
El Ministerio de Economía de Argentina elaboró un informe donde el Trabajo Doméstico y de Cuidados no Remunerado (TDCNR) se estima que aporta un 15,9% del PBI de ese país, por encima de otros rubros como industria y comercio. Reveló, a su vez, que la distribución de su carga es estructuralmente desigual: las mujeres dedican a esta tarea tres veces más de tiempo que los varones.
Esta condición de “mujer cuidadora” abarca también a las infancias, y especialmente a las niñas. Sea por negligencia parental o por necesidad, sobretodo en sectores populares esta práctica es mucho más habitual de lo que se cree frente a la imposibilidad de “comprar” el cuidado en el mercado y pagar por ello, casi siempre a otra mujer. Esta situación se potenció en la pandemia y se extendió a otras clases sociales frente a la imposibilidad de trasladarse ante el riesgo de contagio.
Predisposición al estrés infantil, mayor irritabilidad y riesgo de accidentes domésticos pueden ser algunas de las consecuencias de recargar a las niñas con esta responsabilidad, y debe ser preocupación de los adultos evitarlo.