Para que la participación sea relevante, es indispensable que sea cultivada en los espacios más próximos a las niñas, niños y adolescentes: la familia, la escuela y la comunidad. Cuando se produce y ejerce continuamente desde el ámbito cotidiano, la participación se instala como una práctica que se instala. El Estado y la familia cuando fomentan la participación de la niñez, suman acciones de responsabilidad social. Participar es construir comunidad y ciudadanía, es formar parte de las decisiones que construyen y dan vida al Estado. Las políticas públicas en el conjunto de sus instancias, deben considerar como factor de éxito la participación de las personas.
Por ello, las políticas de niñez deben ser ante todo promotoras de la participación, ya que ellas forman la base de la estabilidad social y la promoción del Estado de Derecho. A veinte años de la promulgación de la Convención sobre los Derechos del Niño, esta tarea se introduce en un contexto particular donde el articulado de este importante tratado vinculante, ha permeado ámbitos principales como el legislativo, el político, el social y el cultural en la vida de los Estados en las Américas, marcando un antes y un después paradigmático.
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