La malnutrición no se limita a la insuficiencia de alimentos sino también a la alimentación deficitaria, lo que se conoce habitualmente como “hambre oculta”, que es la carencia de vitaminas y minerales esenciales en la dieta para potenciar la inmunidad y un desarrollo saludable (Organización Mundial de la Salud). La globalización, la mejora en los ingresos y la masividad en la industrialización de los alimentos, ha convertido a la desnutrición oculta en un verdadero dilema en todo el mundo, afectando en América Latina a más de la mitad de la población.
Hay 250 millones de personas con sobrepeso y todos los años se registran 3,6 millones más de obesos, sumado a los casi 40 millones que padecen hambre ( Naciones Unidas). En ese marco, la desnutrición crónica infantil es mayor en la población indígena, siendo los casos de Ecuador y Guatemala los más críticos de la región.
¿Cómo afrontar esta situación? No se puede responsabilizar a las familias, y principalmente a las madres, por un tema tan crítico, cuando ellas también son víctimas de desigualdades estructurales muy consolidadas. Como planteamos en Equidad para la infancia, es importante deconstruir ese supuesto y abordar este flagelo desde la salud pública.